sábado, 14 de julio de 2012

Filosofía del hombre que toca

Desde el punto de vista del análisis histórico, consigue haber una inferencia en el cavernoso enfrentamiento entre subjetivismo y objetivismo que ha estado en la base de casi toda la filosofía importante posterior al dominio decimonónico del paradigma idealista, que a unos y otros resulta innegable, a saber: que la Historia es complicada. ¿Acaso alguien puede negarlo? Desde mi abuela hasta cada uno de los insignes culos que se cobijan al calor de alguno de los asientos de la Academia de la Historia (que es real), nadie vacilará en reconocer que, por muy meticuloso que sea el análisis llevado a cabo, la comprensión de la Historia resulta una tarea ardua. Otra cosa es ya irse más lejos y llegar a complicarla tanto que, de tan complicada se hace inasible y como tal la tenemos que aceptar, de modo que en realidad no existe un metarrelato descifrable para el científico social (o cualquier ser humano que tenga interés en hacerlo) sino un montón de pequeños relatos que difieren entre sí y que, en su constitución, retienen cada uno de ellos un retal de verdad; son, cada uno de ellos, una verdad en sí misma, innegable a pesar de la contradicción que pueda suponer el que todo lo contrario sea, así mismo, también verdad. De este palo pueden ir los pifostios que se montan los paisanos cuando hablan de estos delicados temas en los bares, después de haber consumido alguna cervecita de más, o mismamente los buenos de Lyotard, Foucault o Derridá. ¿Acaso nadie recuerda aquella escena en la que, después de que su hijo le hubiera destripado punto por punto los secretos de su teoría de la deconstrucción, la madre de Derridá le preguntó a este: “Oye hijo, tú ya te has echado novia?” No, es broma. Me lo estoy inventando. Pero pudo ser verdad.
Total que, teniendo yo mismo el deseo de erigir mi propia afirmación post-moderna autorreferencial y vacía de verdadero significado diré que, sin ninguna duda la Historia es verdad. LA HISTORIA ES VERDAD. Qué afirmación grande y valiente. Podría escribir un libro entero tratando de convencer a la humanidad, como si hiciera falta, igual que otros tratan de convencernos de que la historia se ha terminado, como si eso fuera posible.
Parece que voy sin hilo pero no es así. Al grano: voy a poner un ejemplo de hecho histórico objetivo, indiscutible, prácticamente inanalizable, en tanto nadie se analiza el ojo del culo para concluir que es el ojo del culo: Robespierre era un señor que cortó muchas cabezas. Magnífico, ¿no es cierto? Si hiciéramos un simposio en torno al tema, nadie acudiría. Lo que no está tan claro a ojos de todo el mundo es el trasfondo ético de este hecho socialcientíficamente objetivo. En su momento se le vio como un gran héroe; un poco después, también en su momento, ya no tanto. Los análisis históricos son de lo más variopinto. A Bakunin le parecía un señor sanguinario. A Karlos le parecía fenomenal. Parece un sarcasmo y es cierto. La mayoría de los perfiles que se hicieron sobre él en el siglo XIX tenían un sesgo negativo. Después, digamos por ejemplo, en lo que hasta hace nada ha sido la actualidad, se ha matizado la visión de Robespierre como un frío intelectual sanguinario, para convertirlo más bien en un gran intelectual demasiado frío y sanguinario. Si nos preguntamos a qué se deben estos diversos matices y vaivenes, pues, las respuestas también pueden ser variopintas. “No le des más vueltas. ¡Es que es una puta locura!”, nos diría Foucault poniéndose bizco y sacando la lengua hacia un lado, tocándose el papo con la punta. Los materialistas, que somos objetivistas y un poco más simples, lo tenemos más claro: la superestructura (que no es sino el pensamiento generalizado entre la masa de las personas) está condicionada por la estructura (la pela, vaya). Esta simpleza nos desvela el que un objeto de estudio objetivo, a saber, un personaje histórico dado, interpretado de poliédricas y muy diferentes maneras en distintos momentos históricos, creándose así la sensación de que todo es interpretable y de que cualquier interpretación es buena, es subjetivizado de manera artificial en virtud de las distintas condiciones estructurales de cada momento dado. Esto no quiere decir, señores, que el pobre Robespierre sea subjetivo en sí mismo, solo que es subjetivable. ¿Estoy siendo muy oscuro? Otra vez al grano: esta es la razón (es decir, el condicionamiento de la forma en que pensamos por la forma en que vivimos) por la que, después de años de biografías marcadas por el matiz y la moderación, de repente a una gran parte de la población le cae bastante simpático Robespierre, aun sin ni siquiera saber quién es este personaje en muchos casos y por la que, en virtud de un hermoso milagro, a muchos no nos da miedo decir que bien nos place una guillotina.

2 comentarios:

  1. Demasiado subjetivista tu exposición , Hampson en su "Historia social de la revolución francesa" no deja margen a la duda sobre el papel de Robespierre, ahora bien hay que leerlo con atención, en una lectura apresurada, por ejemplo para un examen, pueden escaparse los detalles.
    En lo que tienes razón es en que no vendría mal una guillotina en Madrid para poder estudiar con detenimiento lo que se esconde en las cabezas del gobierno y el parlamento.

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  2. ¿Subjetivista? Al contrario. ¡No me leas como para un examen!
    ¡Gracias por pasarte y por el comentario!

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