jueves, 7 de junio de 2012

Tócala otra vez Sam

 
Uno casi se sonroja cuando va a escribir sobre Erik Satie, porque sabe bien que hace ya tiempo y no es secreto que cierta modernidad, esa que se engalana con el esnobismo más rancio y acaba desarrollando una falta de criterio espantosa camuflada en complicadas referencias de la alta cultura, se adueñó de su nombre y lo grabó en fuego en lo más alto de su lista referencial, prácticamente en el número uno si hablamos de eso que a ellos les gusta calificar como música culta (¿No sabían que ahora la música clásica es otra cosa? Eso es porque, sin duda, son ustedes unos contumaces paletos), por encima del insigne John Cage, la otra gran referencia en el manual de lo pretencioso, aunque en los últimos años también se habla, con la boca chica, de La Monte Young (mencionar a Xenakis, Arvo Part o Stockhausen puede ser también pretencioso, pero el que lo hace demuestra que sabe de lo que está hablando o al menos que realmente quiere saberlo y se está informando para ello). Bien es cierto que, Satie, a diferencia de Cage, entra fácil y no es preciso hacerse el gusto, es naif en su complejidad y amable en su vanguardismo, por lo que uno puede creer en la sinceridad del amante de lo cool cuando dice que le encanta, independientemente de que jamás hubiese llegado hasta él si no lo mencionaran su revista de crítica musical o su cantautor maldito preferido. No es poco.
El contenido del párrafo anterior daría por sí solo para páginas y páginas pero, como he apuntado nada más comenzar, ahora la intención es hablar de Erik Satie y en particular de sus Vexations, que tuve la oportunidad de descubrir el otro día, por casualidad, gracias al trabajo del músico portugués Filipe Lopes en el Museo Serralves en Oporto, Portugal; y cuyas circunstancias físicas y musicales no dejan de ser curiosas. Esta partitura se descubrió en 1949, cuando el autor llevaba muerto más de veinte años y en ella, Satie había anotado a mano estas curiosas instrucciones: "Para tocar este motivo 840 veces sucesivas, es aconsejable prepararse, en el más absoluto de los silencios, mediante una seria inmovilidad". De semejante escrito se entendía, en principio, que la intención de Satie al escribirlo era que se interpretase 840 veces hasta estar completo. Como no se tiene noticia de que el autor hablara nunca de esta pieza, ni siquiera de que la mencionara, no existe la certeza de que se tratara de una instrucción seria, antes bien, podría perfectamente ser una broma muy en consonancia con el sentido del humor del autor y de la propia época. El caso es que, sea como sea, son muchos los autores y musicólogos que han decidido tomarla por cierta, quizás llevados antes por un espíritu innovador e incluso por una cuestión práctica que por una postura ontológica. Así fue como John Cage y Lewis Lloyd hicieron una realidad de la interpretación de toda la pieza es decir, de su interpretación por 840 veces‒ en 1963, siendo los primeros que llevaba a cabo la proeza físicamente, contando para ello con la ayuda de otros más de 10 pianistas (entre los que se encontraba el futuro renovador de la música pop John Cale), en el Pocket Theatre en Nueva York. Lo curioso del caso es que la partitura ni siquiera especifica que la pieza fuera compuesta para piano, siendo este requisito otra pura suposición. Además, las indicaciones respecto a cómo ha de ser interpretada, en términos de tiempo, volumen, etc... son más bien vagas, por lo que la interpretación puede ser diferente en muchos aspectos sutiles y a veces no tan sutiles para cada una de las 840 interpretaciones y, por ende, para cualquier interpretación diferente que se haga de la misma, sea o no el ejecutante una misma persona. En cualquier caso, el gran estreno neoyorquino llevó más de 18 horas, que no es moco de pavo, como tampoco lo es el que algunos artistas se hayan atrevido a realizar las 840 ejecuciones ellos solitos; también los ha habido que, en una reclamación implícita de la verdadera naturaleza del texto, han propuesto su interpretación para cualquier instrumento excepto el piano. En definitiva, la broma, si lo es ‒aunque de una forma o de otra, acaba siendo una broma, por el mero hecho de la duda‒, llega muy lejos, consiguiendo por el camino, en la plenitud de su exquisitez, dar vida a un conjunto de sonidos de lo más hipnotizador y sugerente, que se repiten una y otra vez hasta envolver por completo al oyente.
Pienso que a Erik Satie le habría encantado ver que en el caso del Museo Serralves su obra es interpretada, exactamente desde las 08:09 de la mañana del 2 de junio, por un piano programado, preparado por Filipe Lopes para realizar las 840 ejecuciones con distintas variaciones en cada una de ellas, cuyas teclas suben y bajan como si las tocara un fantasma, exactamente desde las 08:09 de la mañana del 2 de junio.

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